
Es fácil ser príncipe: recibe halagos de cualquier estatus
social, desde la clase trabajadora hasta la más alta burguesía. No tiene
grandes obligaciones, solo necesita hacer acto de presencia en los eventos
programados para salir en la prensa. Es el invitado de honor en todas las
fiestas, donde persigue a unas recíprocas faldas.
En el mundo NBA, Stephen Curry y Kevin Durant son dos príncipes.
Dos príncipes queridos en cualquier parte del planeta. Llenan las noticias
deportivas con sus espectaculares actuaciones y
las marcas les ofrecen contratos millonarios para poner sus rostros en
los productos. Pero hay una diferencia sustancial entre lo que supone ser un
príncipe y lo que supone ser un rey: un príncipe busca una princesa. Un rey
sostiene un reino.
Todo rey recibe fuertes críticas por sus decisiones y debe
estar alerta ante el ataque constante de jóvenes, y ambiciosos, enemigos que
quieren su cabeza. El reinado del Rey James está lleno de baches, críticas y
unos golpes tan fuertes que hubiesen provocado la abdicación de cualquier
anterior rey.
Desde que llegó al reino, sus detractores pidieron su cabeza.
El odio hacia el nuevo rey venía precedido por la campaña magistral de Nike
donde se atrevieron a llamarle “El elegido”. Esos detractores lo tomaron como
una falta de respeto hacia Michael Jordan. LeBron James era un chico de 18 años
que todavía no había logrado nada. Pero, incluso, cuando sus cuatro MVPs y sus
dos anillos justificaban la apuesta de Nike, los detractores siguieron
burlándose de él. Los seguidores del rey veíamos a esas personas como unos
nostálgicos anclados en un baloncesto noventero, y unos irrespetuosos ante la
nueva ola surcada por LeBron James, Dwyane Wade y Carmelo Anthony en aquel
maravillo draft del 2003.
El Rey James se quedó tirado en la lona en numerosas
ocasiones contemplando como los reyes de otros reinos, Kobe Bryant, Tim Duncan
o Kevin Garnett, se apoderaban del deseado anillo. La fórmula “LeBron y sus
lebrones” no funcionaba. El rey no necesitaba súbditos, necesitaba fieles y
excelsos escuderos. Por ello, llevó su reinado a tierras más cálidas. En Miami se
hizo con la gloria pero no con el respeto. El respeto solo lo obtendría de una
manera; siendo profeta en su tierra.
Los Cavaliers de 2015 estaban destinados a la gloria pero se
toparon con los Warriors del Príncipe Curry, en una eliminatoria marcada por
las lesiones y las actuaciones inhumanas del Rey James. Tal es así que se
planteó, seriamente, otorgar el MVP de las finales al rey. Pero su equipo había
perdido y el príncipe Curry desapareció durante toda la eliminatoria. Al final
la NBA tuvo que otorgárselo al jugador encargado de parar al rey; André
Iguodala.
Aquel verano, el Rey James se encerró con sus demonios. Era su momento catártico: ese momento en el
que debes alejarte de todo y penetrar en lo más profundo de tus entrañas para
dar lugar a la versión mejorada de ti mismo. Cuando disipo todos sus demonios cedió el rol
de estrella a ese chico que era mejor que Curry pero nadie quiso verlo; Kyrie
Irving. Relegó a Kevin Love a un tercer plano y enseñó al talentoso y díscolo
JR Smith lo que era la disciplina.
De esa forma su reinado volvía a juicio en tierras
californianas: El Príncipe Curry y sus escuderos venían de hacer una temporada
histórica. El 3-1 hacia indicar que, una vez más, el rey iba a ser derrocado y,
esta vez, la corona del reino NBA iba a estar en la cabeza del Príncipe Curry. Sin embargo, los 41 puntos de LeBron en el
quinto y sexto partido empataron la serie. El séptimo partido iba a dictaminar
sentencia sobre la corona.
Si hay una jugada que suponga un antes y un después, en la
forma de afrontar un partido, esa es el tapón de LeBron sobre, el siempre
infravalorado, André Iguodala: el Rey James se alzó sobre el cielo de Oakland y
exclamó- no voy a perder porque no me da la gana-
Irving sentenció un partido que dio a Cleveland el primer anillo de su historia.
Mañana empieza una nueva temporada NBA y nuestras,
supuestas, saludables ocho horas de
sueño pasarán a mejor vida. Un servidor confiesa que es incapaz de tener una
vida completamente diurna y organizada desde que un precoz LeBron le hizo
levantarse del sofá a las tres de la madrugada.
Esta nueva temporada nos trae a jóvenes príncipes capaces de
derrocar al rey; Stephen Curry, Kevin Durant, Russel Westbrook, Paul George y
Kawhi Leonard serán los principales rivales del Rey James. Lo normal es que
LeBron abdicara, que fuese feliz y se relajara, ya lo ha conseguido todo. Pero
lo malo de la felicidad es que conlleva a la comodidad y la comodidad conlleva a
la mediocridad.
Nosotros sabemos que no abdicará. El Rey James tiene un
nuevo objetivo; ser el rey de reyes.