Érase una vez, en el reino de la Premier League, un humilde
pueblo luchando por la corona.
En aquellos tiempos el reino de la Premier vivía
una época de abundancia económica nunca antes vista: la mayoría de los bandos
se gastaban cantidades desproporcionadas en numerosos soldados que llegaban al
reino en busca de grandeza y comodidad económica.
Por encima de todo aquel berenjenal se encontraban las grandes
familias. Unas familias que, en numerosas ocasiones, ya habían conquistado la
corona. Sus mil batallas y su status de nobleza les permitían reírse de todos
aquellos bandos que buscaban la gloria.
Y de bajo de todo aquello estaba el pequeño pueblo de
Leicester con unas condiciones económicas demasiado mediocres cómo para pensar
en algo grande y una historia llena de fracasos. Demasiadas batallas pérdidas.
Ellos preferían alejarse de cualquier conflicto, eran felices en su pequeña
porción del reino. Una porción que, en realidad, nadie quería.
Sin embargo un día embarcó en el pueblo un hombre sabio;
Claudio Ranieri. Claudio observó las características de aquel pueblo y de sus
habitantes. Observó sus defectos y sus virtudes. Sus manías. Sus
comportamientos. Hasta que un día alzó la voz y reunió a un grupo de soldados.
Claudio les expuso sus ideas. Los soldados no podían creer
lo que aquel viejo sabio les estaba contando: Claudio veía en aquel grupo un
potencial enorme. Un potencial tan alto como para hacerse con el reinado.
Asombrados ante
aquellas ideas utópicas, los soldados se sinceraron con Claudio y le dijeron
que aquello era imposible; tenían miedo de salir de sus tierras y perderlo todo
en busca de una proeza inalcanzable. Claudio les contestó que por eso mismo lo
iban a lograr. Porque tenían miedo: el miedo les permitía estar en guardia siempre.
Nunca menospreciar al rival y siempre ser fieles a su estilo. El miedo era lo
mejor de sí mismos. Significaba que estaban preparados para la batalla.
Claudio sabía que los pueblos donde se asentaban las grandes
familias se estaban acomodando. Sabía que menospreciaban a sus rivales lo que
les conllevaba a bajar la guardia, a ser arrogantes y a vaguear.
Pero, así con todo, el objetivo seguía siendo utópico.
Claudio diseñó un estilo que encajaba perfectamente con la filosofía de aquel
lugar. Era un estilo básico y sencillo pero resultaba efectivo y demostró que
podía ser, incluso, bonito y entretenido.
Depósito la confianza en una serie de hombres que llevarían
la batuta en la batalla:
-Wes Morgan: en él deposito el status de líder. Un hombre
con experiencia, muy fuerte físicamente y un auténtico escudo. Con él, los
hombres de ataque podían centrarse en sus tareas.
-Jamie Vardy: un perro de presa incansable. Claudio centró
su ataque en Vardy. Aquel juego básico resultaba perfecto para él. Se había
criado con esa mentalidad peleona, luchando contra cientos de pequeños bandos.
Aquello era su naturaleza. Jugaba en casa.
-Riyah Mahrez: era un absoluto desconocido. Nadie sabía cómo
había llegado hasta allí. Pero tenía unas condiciones técnicas increíbles y
manejaba la espada con una tremenda facilidad. Aquella aura misteriosa y
carismática que le rodeaba le convenció a Claudio para darle el status de
estrella. Iba a convertir a Mahrez en un icono, en un héroe, en alguien por el
que mereciera la pena tener un ejército campeón.
Ganaron batalla tras batalla. Iban avanzando a pasos
agigantados llegándose a enfrentar, y vencer, a varias familias de la nobleza.
Estaban en un momento excelso: ese momento, casi místico, en el que cabeza y corazón se fusionan para
lograr un estado de confianza único.
Esta epopeya, con tintes de cuento de hadas, no ha llegado a
su fin. El Leicester sigue luchando por la corona. Ahora mismo está mirando a
los ojos a las grandes familias. Esas familias ya no menosprecian, ya no
vaguean y ya no se ríen. Le has entrado el pánico ante el ejército de Claudio
Ranieri.
Este mediocre autor espera poder finalizar esta historia
cuando el Leicester se alcé con la corona y, de esa forma, pueda demostrar que
los cuentos de hadas sí existen.