Estas últimas semanas fui testigo de una entidad en ruinas.
A pesar de que con los años vas madurando y vas viendo el mundo de una forma más
agridulce, yo todavía sigo siendo un soñador, todavía tengo esperanzas. Y una
de esas esperanzas tenía que ver con el club de mi tierra, así que acepté el
reto y me puse manos a la obra. Pero lo que no sabía es que estaba presenciando
los prolegómenos de un funeral.
Pasear por los alrededores del estadio a las ocho de la
mañana me producía escalofríos; paredes pintadas, rejillas rotas y una tremenda
suciedad. Pero al entrar al estadio la sensación era aún peor: asientos sin
clasificar, rotos y húmedos. Además de un video marcador moribundo. Al mirar al
césped lo que estaba contemplando eran fantasmas de una época que no volverá. El
Sardinero actual se asemeja a la antigua Roma cuando ésta ardió: unos cuantos
fieles seguían en pie gobernados por unos antiguos aristócratas que eran incapaces
de cambiar su percepción. Pensaban que, a su manera, Roma volvería a ser la más
grande.
El Real Racing Club quiere volver a ser grande pero, a pesar
de ser un objetivo poco realista, ni siquiera dan un pequeño paso para que se
produzca el cambio. Es como un niño de ocho años que quiere ser futbolista pero
su tiempo libre se lo pasa jugando a la Nintendo. Si no damos el primer paso
jamás seremos ni una pequeña parte de lo que ambicionamos.
Dicen que, con el nuevo departamento de marketing, quieren
fidelizar y captar tanto comercialmente como socialmente. Lo único realmente
bueno que están haciendo en estos instantes es compensar a esos fieles
seguidores que no se merecían el desprecio que juntas anteriores tuvieron hacia
ellos.
Sí, está muy bien fidelizar a los aficionados pero para nada
es efectivo porque esos aficionados han soportado las peores situaciones
posibles y siguen animando jornada tras jornada. Si se quiere captar nuevos
aficionados y nuevos patrocinadores hay que arriesgar: en situaciones de crisis
extrema el riesgo es la única manera de salir del pozo. Lo reconozco yo soy un
amante del riesgo: me gusta solucionar situaciones de crisis y aquella era mi
gran oportunidad.
En cambio, en el Racing no piensan así. Ellos prefieren
perder el tiempo negociando con comercios locales cuyos propietarios te miran
por encima del hombro. Para esos comercios es ideal este patrocinio pero, de
esta manera, el Racing está pidiendo limosna, está dando una imagen de
desesperación. Pensar en pequeño te hace pequeño. Pensar en grande puede que no
te haga grande pero, al menos, avanzarás.
Para mí no es tan difícil vender la imagen del Racing ahí fuera
porque la situación de hundimiento absoluto es perfecta para ganar. Hay que
vender la verdad: estamos en el infierno, las gestiones pasadas fueron tan
desastrosas que ahora mismo somos casi incapaces de valernos por nosotros
mismos pero, a pesar de todo ello, tenemos la esperanza de volver al lugar que,
un día, fue nuestro.
Ahí fuera hay mil empresarios que ya no venden productos
sino historias. Ahí fuera hay mil empresarios que quieren vender cuentos de
hadas: convertir a una entidad de un patito feo a un cisne. De los pozos del
infierno al Olimpo de los dioses. Pero para ello hay que arriesgarse. Hay que
aceptar que se reirán de nosotros, que nos darán un portazo en todas nuestras
narices, pero a la mil y una vez llegará alguien que se arriesgará y aceptará
el proyecto cómo lo que es: un reto.
Ellos han decidido que no quieren compartir mi visión. No hubiese
ocupado ningún puesto importante (mi ego no llega a tanto) pero si soy una
persona comprometida que aporta ideas y no tiene miedo a arriesgarse.
Para acabar permitidme escribir un pequeño ensayo. Se titula
EL SARDINERO ARDE y está basado en un
episodio de la serie Californication
-“El Sardinero arde”, dijo mientras se servía otra copa, y
sigo hundido en el campo visionando fantasmas del pasado: carecíamos de
perspectiva para disfrutar del año en Europa o las temporadas doradas del dúo
sacapuntos. Nacimos tarde para deslumbrar los mejores años de Amavisca o
Ceballos. Y nuestros mayores nos relatan, con melancolía, las hazañas vividas
en el antiguo Sardinero donde Manolo Preciado y Quique Setién disputaban sus
mejores batallas cada domingo.
Aquí estamos, pensó ella, contemplando las ruinas. Sin
ningún tipo de esperanza pero a la vez desesperados por tener algo de fe dentro
de nosotros. Quizás haber sufrido tanto y haber sentido tantas cosas por una
entidad que se desvanece no haya merecido la pena-
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